El viaje del fotógrafo

Ahora que han terminado las vacaciones muchos hemos vuelto con gigas y más gigas de imágenes en las tarjetas (en mi caso 26 GB). A lo mejor hemos conseguido grandes imágenes o enormes recuerdos. Pero espero que hayáis conseguido lo más importante, que es disfrutar.
Una vez me contaron que una de las diferencias que hay entre un fotógrafo profesional y otro aficionado es que el primero dispara por dinero y el segundo por placer. En su momento me pareció totalmente injusto y sin sentido, pero con el tiempo he aprendido a leerlo con matices.

No concibo ser fotógrafo si no te apasiona lo que haces. No creo que sea posible hacer una foto por pura rutina, pero según me cuentan y he visto en algunas ocasiones muchos fotógrafos profesionales hacen fotos sin mirar, sin sentimiento alguno. A mi me costaría hacerlo así.

Pero uno de los grandes fotógrafos de nuestra tierra, el gran Virxilio Vieitez solo hacia fotos por trabajo. Cuando se jubiló, no volvió a coger una cámara ni por equivocación. La fotografía era su trabajo, casi como ir a la oficina. Y creo que ni siquiera hacía fotos en las vacaciones, si es que las pudo disfrutar. El trabajo se quedaba fuera de casa.

Pardina del Solano

Las vacaciones son la prueba perfecta para saber si la luz inunda tu vida o simplemente es un trámite, una forma de ganarte el pan. Muchos estamos deseando que lleguen los días sin despertador para llevar nuestra cámara a sitios en los que nunca ha estado. Y otros están deseando dejarla en el fondo de la maleta para descansar.

El viaje del fotógrafo como prueba

Si no tuviéramos dudas no seríamos humanos, pero las vacaciones pueden ser una ocasión perfecta para ver hasta dónde llega nuestra pasión por la fotografía. Hasta que punto estamos dispuestos a no dejar de mirar por el visor o en su defecto por la pantalla de nuestra cámara.

Mis vacaciones han sido largas, muy largas. He recorrido la piel de toro de sur a norte, luego al oeste; bajado hasta el suroeste y vuelta al norte para volver al centro. Siempre acompañado de la familia, con los amigos y nunca he dejado de mirar. Eso sí, he redescubierto de nuevo la sensación de viajar ligero.

Definitivamente he enterrado la réflex en favor de las cámaras sin espejo para viajar. Encima con una óptica fija. Eso ha supuesto quedarme sin algunas fotos. En Cabárceno, por poner un único ejemplo, no he podido hacer las fotos típicas del parque. He tenido que mirar de otra forma con un 35 mm fijo entre las manos. Un aliciente, de verdad.

Cerca de Zugarramurdi

No he podido hacer largas exposiciones por la noche (aunque soy de los locos que van siempre con el trípode) pero creo que he conseguido fotografías que con el tiempo formarán parte de mi archivo particular. Y lo más importante, he disfrutado.

Tengo que confesar que para las noches estrelladas he sacado del fondo del maletero del coche la bolsa con la Canon, pero durante un mes he hecho fotos exclusivamente con la X100. Hasta estos días creía que era una cámara ideal para ir con la familia y amigos (algunas veces nos hemos juntado con más ocho niños y es imposible fotografiar así, lo confirmo) pero creo que sirve para trabajar como cámara única sin lugar a dudas.

A modo de conclusión

¿Por qué cuento toda esta historia? Como vivencia personal, como prueba de que a pesar de los pesares, no tengo más futuro en esta vida que morir con una cámara entre las manos. Quiero a la fotografía.

Ensalada

Para demostrar que muchas veces no nos queda más remedio que plantearnos las cosas para ver hacia donde se encamina nuestra vida. Y para uno que quiere hacer fotos hay momentos en los que te das cuenta del poder de la imagen. Que miras las cosas de otra forma, ni mejor ni peor que otras, solamente distinta.

Y aunque lo tenía bastante claro, hay veces que la realidad te golpea bastante fuerte, pero que la vida está para intentar ser feliz. Y yo lo soy con una cámara. Es fantástico. No puedo dejar de mirar. Espero que vosotros os hayáis dado cuenta de lo mismo y nos veamos este nuevo curso por aquí.